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Walid, un héroe palestino




Cierto día, nuestro territorio ya no lo era, no como lo habíamos vivido; no como nuestros antepasados lo habían vivido, decían. No era el de nuestros olivos o las naranjas. Los vientos se perdían, no se sentían igual en la tierra palestina, ella había sido desmembrada; los monstruos crecían.


La fantasía es realidad. Los abuelos y abuelas no entendían, ¿qué pasó? ¡Es nuestro lugar! Ni nuestro Dios entendía, no había respuestas. Los vientos se estrellaban.


Nuestra fusión, como la gastronomía levantina, es nuestra alma. Nuestros ojos se tapan con la kufiya. Nuestro Kibbe no fue arrancado para abrir paso a los muros y las espinas del panóptico mundial.


Los años pasan. La migración nos empuja y el abrazo del mundo sorprende al monstruo ocupado en sus laboratorios militares. Cada vez que recuerdo el dolor de las bombas, recuerdo el grito profundo de aquel mundo que piensa en mis abuelos y mis infancias. Recuerdo la arena y la marca de mis alpargatas o las de mi tío. En mi mente los olivos que cultivaron mis antepasados en su tierra, ¡nuestra tierra!, en mi cabeza la remembranza del llamado a la oración matutina, rememoro nuestro pasado.


El llamado que nos hace la vida palestina.


Un día esa vida ya no está. Sólo hay resistencia. Pero los niños y las niñas no tienen familia…ni piernas, apenas sueños.


De pronto, tu ciudad, tu país está lleno de cráteres y miedo, no deja de llover plomo; nuestros viejos ya no mueren de viejos. Mis hermanos de oración ya no están, acompañan a Al-lah.


Mis hermanxs, mis primos, mis amigos , aquellos que a la tarde estaban jugando fútbol en la playa…ya no están. ¿Dónde estarán? Tampoco veo a mis perros. Siguen volando los aviones, se encuentran sobre casa; se asustan nuestros olivos.


Hace unos años conocí a mi mejor amigo, Mahmoud, nos queríamos mucho. No sé dónde está, no lo vi más, ¡lo extraño!



Jugábamos en la playa, jugar en la arena es muy divertido. Lo hacíamos durante horas. Nuestro sueño era ser parte de la selección de fútbol de Palestina, nuestra Palestina. Poco tiempo después de empezar un campeonato empezaron a caer bombas, mi cabeza explotaba con el sonido diario de los aviones sobrevolando; mi querida hermana lloraba mucho, Rudy es chica, tiene G años.


De repente, todo es distinto, el aire huele a sangre y tristeza. Ya no vamos a la playa, es peligroso, aunque queremos volver a jugar, no paramos de llorar. Ya no hay amigxs, no hay colegio. No hay juego de palmas frente a nuestra casa; ya no hay hogar; pasamos la noche con mi padre, mi madre y mis hermanitas bajo el plástico de nuestra carpa.

……


Ya van horas, días, meses, dos navidades y dos comienzos de año que no traerán de vuelta a nuestros muertos. Pero Al-lah nos acompaña. Estamos tristes: la felicidad como el mundo nos ha abandonado. Estamos solos, aguantamos solos y resistimos con el dolor a flor de piel.

……


En ocasiones veía televisión, me gustaba más ver partidos de fútbol. Veía en la televisión niños y niñas felices en otros países, no tenían miedo y siempre me preguntaba, ¿por qué nosotros no?


Una vez uno de mis hermanos me dijo que cuando fuera grande quería ser policía, ya no sé si lo va a cumplir, le han amputado una pierna. Y no sé si otro ataque lo pueda matar. Tampoco sé si volveremos a comer el delicioso pan amarillo que prepara mamá. ¿Volverá a estar en la mesa?


Cenabamos en aquella mesa grande en el centro de nuestra casa, aunque primero debíamos orar y dar la gracias por los alimentos que Al-lah ponía sobre ella


Cada noche reíamos y cantábamos, tomábamos té y hablábamos sobre nuestros quehaceres.


Nuestra madre siempre estaba atenta a su familia, aún lo hace, pero la familia ya no está completa, muchos han muerto…han sido asesinados. Sana es el nombre de nuestra madre, experta en besos y abrazos. Mi padre, Yousef, hombre trabajador y disciplinado; de gran apetito también.



Cuando mamá cocinaba nos daba emoción, siempre hacía algún platillo especial para la familia, por supuesto siempre debía estar la comida servida para la hora en que llegaba papá, él venía muy cansado de trabajar. Después él revisaba nuestros cuadernos, siempre atento a nuestros quehaceres escolares. Se enfadaba si alguno faltaba con su tarea.


¿Cómo reconstruimos nuestras vidas? ¿Se terminarán las lágrimas en nuestros ojos?

Nunca entendí el odio. Jamás hicimos nada a otro pueblo. No pensé que una bomba destruiría mi hogar. ¡Mi tierra me duele! Al-lah nos abraza.


Recuerdo que antes veía los caballos llevando en su regazo bultos de naranja y hortalizas. Esos animales tampoco están, ¿irían al cielo de los animales? Los gatos y los perros comen en las calles las carnes de aquellos hermanos y hermanas que se descomponen. Esta realidad aturde.

……

En Gaza había museos hermosos, eran nuestro aporte a la humanidad, igual que nuestras mezquitas y sus alfombras, sus arañas y su historia. A todo esto le acompañaban grandes centros de estudio, como la Universidad Islámica donde estudió Yousef, mi padre. A mí me gustaba ir los fines de semana a la Biblioteca Nacional, allí encontraba tantas cosas bellas, textos de aventura con los que mi imaginación volaba hasta el infinito. Ya no puedo estar allí. Ya no hay allí, aunque nuestras almas permanecen.


Recuerdo un día que fuimos con mi hermana Fátima a leer, encontramos un cuento de Sonia Kuek, un hermoso texto sobre nuestra Palestina. Fuimos entendiendo desde la fantasía, la aventura, lo maravilloso y lo real de dónde venimos. Y es que en cada hoja Fátima se emocionaba más y más, casi sentía que hacía parte de la aventura por el Gran Desierto Arábigo. Muchas risas sintiendo que volábamos por los desiertos como halcones peregrinos.


Fátima tiene 10 años, le gusta mucho la aventura y lo maravilloso. A mis otras hermanas, Hala de 8 años y Sawsan de G, les llama la atención cualquier lectura de princesas. Joyas, coronas y vestidos las describen en sus gustos literarios. Aunque yo creo que en el futuro van a cambiar desde las vivencias de nuestro pueblo y serán parte de aquellas mujeres rebeldes que desde la lucha no dan paso a la represión, dignas hijas de la nakba como Ahed Tamini o la mártir Razan al-Najjar.


A mí me gustan mucho mis autitos, siempre están conmigo, incluso cuando debemos salir huyendo y cambiar de carpa. Son parte de mi vida desde muy chico y por ello siempre les llevo en mi mochila, la mochila de este chico de 13 años. Me divierto mucho con ellos, además olvido mi realidad, la de mi adorada familia y la de mi gente palestina. No importa que tenga miedo y las lágrimas bajen por mis mejillas. En mi familia no dejamos de ser felices.


Hace pocos días mamá nos ha leído un cuento llamado “Askatatasun doinua”, un cuento donde se narra el sufrimiento, el dolor de una madre llamada Palestina y el de sus dos hijas: Gaza y Cisjordania. Sana, mi bella madre, nos dijo que este cuentito lo tenían muchas familias palestinas para poder narrar a sus hijos e hijas todo lo que pasamos hace más de una año; porque el dolor de una realidad también debe ser entendido por nosotros, los niños y las niñas. Este cuento lo enviaron desde el País Vasco para nosotros, las infancias palestinos.


Al siguiente día, mis hermanas y yo nos encontramos con los hijos de Altair, el mejor amigo de papá. Él es como un halcón protector de su familia y sus hijos, pero también de los hijos e hijas de este pueblo. Altair ha burlado a la muerte que desde el otro lado del muro le ha buscado; o quizás Alá y su manto protector aún no lo requieren en el reino. Los hijos de él son tres: Jalil, de 13 años, como yo, Karim, de 11 y Zaid de 7. Nuestro tema fue la lectura de ese cuento que nos enviaron desde el País Vasco. Ahora tenemos más claro qué pasa, qué nos hacen y el dolor que vivimos. Lo que no podemos entender es el porqué, si nada hemos hecho, si un niño o una niña nada malo hace para merecer esto. Eso sólo Alá lo sabe.


……


Nosotros tuvimos un amado abuelo que murió hace dos años, eterno, como corresponde a su nombre, Khaled. Él adoró a nuestra abuela, a quien nunca conocimos, murió antes de que naciéramos. Nuestro yaad y su amada yadda, como pronunciamos abuelo y abuela en árabe, fueron la esencia del alma de mi madre. Desde la sangre de nuestro padre no les conocimos.


Una mañana nuestro abuelo Khaled nos despertó muy temprano, sobresaltados le preguntamos si algo grave pasaba en nuestra casa. No, nada, nos vamos al zoológico, respondió. Fue un plan que nunca arreglamos, por ello nuestro miedo al despertar con sus alaridos. Nos arreglamos con nuestras mejores prendas y muy felices nos fuimos.


El zoológico de Gaza era emocionante, hoy sus animales, igual que nosotros, también viven con el miedo de morir bajo el fuego. Se encuentra en el barrio de Zeitún, construido en la década de 1930 y 1940 en la zona histórica de esta Gaza nuestra.


En el zoo vimos perros, zorros, gatos, caballos, camellos, venados, monos, faisanes, pavos reales y hasta tortugas. Hace mucho no la pasabamos tan bien con mi hermanos y hermanas; mi abuelo creo que era el que más emoción tenía. Nuestras risas eran sus risas.



Cuando volvimos a casa encontramos una rica sopa de lentejas que mi madre y Fátima habían preparado para nuestra llegada. Para más felicidad, mi madre había preparado kunafa, un dulce con queso fundido muy famoso en la ciudad de Nablus, donde nació mi abuelo y donde sus quesos son muy famosos. Nuestro día terminó con todos en la cama exhaustos y con la panza llena. Esa es la felicidad que estamos esperando que vuelva. Vendrán las risas de antes.


……


En casa éramos muchos, como en toda casa palestina. Siempre hay muchos niños y niñas jugando adentro y en los alrededores, Gaza era muy tranquila y segura. A las familias palestinas les gusta compartir, los y las vecinas se conocen; hay camaradería. Pienso en nuestra identidad después de esto. La migración es muy grande, como las bombas.


Claro, nuestra sociedad es tradicional y patriarcal, de eso me di cuenta hace algunos años mirando fijamente a mi madre, mis tías, hermanas y mujeres de las familias de nuestra zona, Jan Yunis. Las actividades del cuidado siempre están a cargo de ellas, el hogar es su espacio casi natural, además de la atención de los y las hijas y de sus maridos. En Gaza las mujeres sufren más que en las áreas de Cisjordania.

……


Pero también hay cosas hermosas, como la comida. ¡Ay, que felicidad la comida de mi Palestina! Mi madre es de la costa, por eso, los pescados, mariscos y las lentejas, como las de aquel día que llegamos del zoológico son sus platos fuertes. Nos sentamos alrededor de los alimentos, conversamos y así cada miembro de la familia es feliz; mientras estemos unidos lo somos.


Recuerdo que algún día nuestra madre le repetía a mis hermanas Hala y Fátima que los saberes culinarios son un acto de resistencia y que ellas debían transmitirlo a sus familias en el momento oportuno. En ese momento, mi abuelo -nuestro yaad- dijo que la identidad es el patrimonio de Palestina. En mi tierra se cocina para toda la familia, toda.

……

Es la hora de Isha, que dura hasta la medianoche y es una de las cinco oraciones diarias. Me preparo, me renuevo y diálogo con Al-lah. Esta es la última oración del día, así que su importancia es mucha; si llegara a olvidarlo mi padre o mi abuelo serían muy duros con la recriminación.



En esta oración la paz y las bendiciones de Al-lah caen sobre nosotros. Duermo muy feliz después de mi oración, al levantarme y antes de ir a estudiar hacemos la primera de la mañana en la sala de casa. Bueno, hoy en la carpa en la que nos encontramos, ubicada en el campamento para refugiados de Khan Younis. Mi abuelo dice que este campamento se creó en 1949 y a través del tiempo y de las agresiones que vienen desde el lado de Israel ha ido creciendo.


Es un poco incómodo, pues estamos a pocos kilómetros del mar de Gaza y cuando llueve muchas de las carpas se inundan. Los miércoles hay un mercadillo, es muy lindo y contiene todos los colores de las frutas y las hortalizas. Bueno, eso ya no es tan común en estos tiempos, el color gris del humo es el que estalla nuestros oídos. Para distraernos, jugamos fútbol con otros chicos que viven en el campamento. La cancha es de tierra y cuando está bajo el agua nos divertimos más, aunque mi madre me recrimina por llegar tan sucio.

……


Ya es hora de despertar para ir a la escuela. Mi escuela se llama Remal y mi profesora Maysara Abu Shuaib es muy buena con nosotros. Ella nos dicta ciencias sociales, pero es muy divertida y amable.


La profesora Maysara nos llevó algún día a la biblioteca Nehru, en la Universidad Al-azhar. Ese día fue hermoso, éramos muchos niños y niñas por los pasillos de la sala de lectura. Yo quería leer algo de superhéroes y encontré “Los superhéroes de Gotham”, protagonizado por un niño, como nosotros, los niños de Gaza. Creo que los niños palestinos somos guerreros y héroes que luchamos por el bien de nuestro pueblo y como en un comic recordamos la intifada ante la invasión de Israel.


Ese día en la biblioteca me recosté en una silla y pasé toda la jornada de la tarde leyendo el cuento. Imaginaba que yo era parte de él, que las historias eran las que vivimos en Palestina, pero sin esa violencia tan fuerte que nos arrasa como pueblo. Me gustaban mucho los colores de los personajes, sus vestimentas; mi imaginación voló y por una tarde, fui feliz.


Pero como todo termina, la profesora nos ordenó colocar los textos en sus lugares y partir hacia el colegio. En la ruta que nos llevó de regreso íbamos contentos, cada quien relataba lo leído. Mi amiga, -nuestro colegio es de chicos y chicas- Amal, me contó que leyó un texto sobre los bailes típicos de nuestra tierra palestina: la dabkah. Es un baile muy agradable en el que se aplaude, se zapatea mucho y se grita. Pues la lectura de Amal tenía muchas gráficas y ella, al llegar al colegio, empezó a imitar lo que había visto. Fue muy agradable, aunque ella nos dejó claro que es una danza que no solamente bailamos en Palestina, también lo hacen el Líbano, Jordania, Siria por ejemplo. Ese es nuestro mundo árabe.


Nos explicó la profe Maysara que en este baile no sólo interactúan los adultos, que también hacen parte de sus coreografías las infancias, y por ello, nos prometió hacer nuestra propia dabkah acá en el colegio; para ello debemos estar en contacto con Abbas, el profesor de danza.


Haremos algo bien hermoso para presentar a nuestras familias en el día de la entrega de nuestros informes académicos.

……



Un nuevo día, despertamos entre caída de misiles y disparos de soldados de Israel. Mi hermana menor, Hala, estaba muy asustada. Muy cerca de casa los misiles tronaban, el estruendo es aterrador. Mi madre siempre está cerca nuestro, mientras tanto papá en la ventana observaba lo que sucedía.


Y aunque sí, esto ya es parte de nuestras vidas, de las vidas de nuestros padres y madres, no deja de ser una auténtica pesadilla. Hace unos días, mi hermana Fátima, me hablaba sobre el miedo; espantada de pensar que nuestra familia fuese tocada por la muerte.


Mi madre había preparado, como siempre, un delicioso desayuno, aunque ya notábamos la dificultad para acceder a la harina, al agua y al combustible. Esa mañana en la mesa nos esperaba un delicioso pan taboon que mi madre había aprendido a hacer desde joven, una de sus tías, residente en Jordania, le había enseñado la preparación. Esta delicia se hace en horno de piedra y, para acompañar nuestro café de la mañana, es delicioso.

……

Ya con la panza llena, subimos con Hala y Fátima a mi cuarto y jugamos mangala, un juego con el que nos distraemos ante el constante miedo. Nuestro padre dice que este juego es muy importante para nuestra sociedad porque no sólo distrae sino que mantiene vivas nuestras raíces y la identidad del pueblo palestino.


Con habilidad y destreza nos llevamos muchas horas en este juego, aunque el sonsonete de los misiles sigue tocando a nuestra puerta. Siempre que bajo de mi cuarto, mi padre está en la ventana o en la sala atento. Siempre como un tigre cuidando a sus familia. Mi madre por su lado, siempre está pensando en los platillos con los que nos sorprenderá, en distraernos ante el odio que rodea nuestra Palestina amada.


En ocasiones les preguntamos por qué vivimos así, con miedo, con terror; por qué perdemos parientes o amigos. Ellos dos nos evaden. Quizás sea por nuestro bien, quizás porque no quieren que odiemos. En Palestina, nuestra Palestina, los sentimientos son de amor.


Siempre recuerdo a mi profesor de sociales, Tariq Al-Annabi, él nos repetía que el corazón únicamente no bombea sangre, sino amor. Y que ese amor era para los padres, las madres, el prójimo y la tierra que Al-lah nos dio.


Mi padre y mi madre saben para qué es el corazón.

……

Sin darnos cuenta, ya está atardeciendo, se despide el sol. Ha sido un día lindo en casa, no tanto afuera. Mi madre ha subido al cierto y me ha regañado porque en todo el día no tendí mi cama; no tuve tiempo, estábamos jugando y ella dice que los niños y las niñas deben jugar.



No sé si lo ha olvidado, pero es lo que ella me ha enseñado. Tenderé mi cama cuando vaya a dormir. Espero soñar con Mahmoud, mi amigo, a quien he extrañado últimamente. No sé qué puede haber sucedido con él, con su familia. Muchas familias de nuestro barrio ya no se encuentran, han preferido irse a otros lugares o a albergues; quizás presienten que se acerca la hora del estallido.


Yo creo que la vida en nuestra Palestina puede terminar, siento que nadie hace nada por nosotros. El mejor amigo de papá, Altair, muchas veces a la hora del té, en la tardecita, le dice a mi madre y mi padre que esto tiene un final y que es la desaparición de nosotros, de nuestro país. Desde la escalera lo he escuchado junto con Fátima, nunca le hemos dicho a Sana porque es muy pequeña, tampoco saben los adultos que les escuchamos.


Sólo nosotros sabemos lo que sentimos.

……

Esto es verdad, no miento. Nuestras vidas son así, aunque no siempre lo fueron. Seguimos amándonos y amando a Al-lah. Seguimos amando nuestra tierra palestina.



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Sergio Perugache Periodista

Cel.: + 5732129G873G

Blog: https://sergy2.wordpress.com/2018/04/24/variete/ Spotify: https://expol.ink/u2GScfZ

Instagram: @grillosycigarras - @unlocxperiodista

 
 
 

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