Introducción
Las Meninas, Diego Velázquez (1656)
Esta famosa obra, pone al espectador en un lugar paradójico al cuestionar su rol. ¿Es observador o está siendo observado? ¿Está frente a una pintura o está siendo pintado?
Al intentar comprender al mundo, no podemos olvidar también que somos parte de él, de manera que también somos parte de esa interpretación que construimos. La distancia objetivante, necesariamente nos lleva a pensar qué somos y desde dónde estamos viendo al mundo.
Por eso, los griegos tenían en la entrada al templo de Apolo en Delfos, la frase "Conócete a tí mismo". La misma que hizo parte de los diálogos socráticos que Platón compartió en su obra. Esta labor introspectiva es la que nos espera estas próximas semanas.
En su afán de controlar todos los aspectos de la vida, el ser humano a lo largo de nuestra historia ha logrado dominar poco a poco las fuerzas de la naturaleza. Nuestras civilizaciones han acumulado avances en múltiples aspectos.
Hemos doblegado nuestras limitaciones de fuerza construyendo herramientas capaces de atravesar montañas, tenemos instrumentos que nos permiten ver desde lo más pequeño hasta las galaxias más lejanas.
Somos una especie muy particular y potente que, sin embargo, todavía guarda en sí misma misterios que siguen sin responder. Nada en el universo nos ha costado tanto entender como nuestra propia existencia y comportamiento.
En este sentido, la filosofía apertura nuestras preguntas más esenciales, con nuevas preguntas que hacen que todo lo sólido se desvanezca en el aire, como diría Marx. Es decir, que nuestros fundamentos o nuestras respuestas más firmes sucumben ante el devenir de nuestra existencia.
Este avance no es lineal, es espiral. Un eterno retorno de lo mismo. Un volver a recorrer las mismas preguntas, sin ser nosotras las mismas personas. Los griegos antiguos, la gente de Mesopotamia, los aztecas o incas también tuvieron inquietudes similares a las que compartimos en una historia de Instagram o Facebook. ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Por qué algo y no más bien la nada? ¿De dónde venimos y para dónde vamos? ¿Existe el destino? Las preguntas no han cambiado mucho, pero ¿nuestras respuestas son las mismas? Evidentemente, no.
Pero estas preguntas esconden un deseo, una voluntad. La voluntad de poder que deviene en voluntad de saber. Queremos comprender, porque queremos controlar. Nos agobia la incertidumbre de no saber, porque no saber es no controlar.
Esta voluntad, prefiere querer la nada a no querer, afirmó Nietzsche. Porque ante la incertidumbre el hombre prefiere la ficción que le de tranquilidad, aunque esta ficción niegue su propia vida.
Durante este tercer y último período, estaremos divagando por tres grandes temas, las emociones, la voluntad y la muerte. Pero no podríamos ir por estos senderos, sin mirarnos al espejo, porque al ver a los otros, podemos encontrarnos siendo observados.